Robert Graves:
Eetes
prometió entregar el vellocino, pero con condiciones al parecer imposibles.
Jasón debía uncir a dos toros que exhalaban fuego y tenían las pezuñas de
bronce, creaciones de Hefesto; arar con ellos el Campo de Ares en una gran
extensión y luego sembrarlo con los dientes de serpiente que le había dado
Atenea, los que sobraron de la siembra de Cadmo en Tebas. Jasón se preguntaba
estupefacto cómo podía realizar esas hazañas extraordinarias, pero Eros disparó
una de sus flechas contra Medea y se la introdujo en el corazón hasta las
plumas.
Medea se
comprometió de buena gana a ayudar a Jasón a uncir los toros que exhalaban
fuego y a conseguir el vellocino. Puso como única condición que ella volviera
en el Argo como su esposa.
Llamaron a Jasón,
quien juró por todos los dioses del Olimpo que sería eternamente fiel a Medea.
Ella le entregó un pomo que contenía una loción hecha con el zumo de color de
sangre de azafranes de doble tallo caucasianos, que le protegería contra el aliento
ígneo de los toros; esta flor poderosa nació por primera vez de la sangre del
atormentado Prometeo. Jasón aceptó agradecido el pomo y, tras una libación de
miel,
lo
destapó y bañó su cuerpo, la lanza y el escudo con su contenido. Así pudo
someter a los toros y uncirlos a un arado con un yugo adamantino. Aró durante
todo el día y al anochecer sembró los dientes, de los que surgieron
inmediatamente hombres armados. Hizo que esos hombres lucharan unos contra
otros, como había hecho Cadmo en una ocasión análoga, arrojando un tejo de
piedra entre ellos, y luego dio muerte a los heridos sobrevivientes.
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